miércoles, 3 de junio de 2009

Nostalgia

Llora con la música porque no sabe llorar con las personas. Baila en su cuarto porque ella no sabe moverse en los bares. Fuma con la misma clase porque no sabe hacerlo de otra manera.

Cuando está sola en casa revolotea con Yann Tiersen mirándose en los espejos y ventanas. Se asoma al balcón con poca ropa y hace gestos al vecino de enfrente. Se ríe viéndolos mirar y torcer la cabeza mientras ella les sonrío y da vueltas con las palmas abiertas. Luego se vuelve a mirar en el espejo, de cerca, callada, sin sonreir, y sus ojos comienzan a llenarse de lágrimas. 

Se tumba boca arriba en la cama. Se abrazaría a él si estuviera, y no diría nada. Sólo lloraría contra su pecho. Llora cuando está él porque no le da vergüenza. Llora, porque no sabe hacer otra cosa. Pero cuando le pregunta, ella dice “nada”,  de nada. Pero está sola.

Salta de la cama, coge las llaves y sale de casa. Camina sin rumbo, pero siempre va al mismo sitio. La gente no le mira. Ella sigue bailando por dentro. Le llaman por teléfono, y no responde. Vuelve a cerrar los ojos y le ve irse de nuevo. Vuelven a llamar y responde: ¿Sí? No, no me pasa nada.

 Las muñecas de porcelana no se deberían enamorarse de los duendes.

Por qué llorar si se puede reír

Lloran los bebés al nacer. Y desde entonces nosotros no paramos de imitarlos.

Lloramos  cuando nos caemos.

Lloramos cuando no tenemos lo que queremos.

Lloramos cuando se va un ser querido.

Lloramos cuando nos asustan.

Lloramos cuando no nos entienden.

Lloramos como ellos.

¿Por qué no sabemos nacen riendo? Todo sería más fácil

Reiríamos cuando nos cayeramos.

Reiríamos cuando no tuviéramos lo que querríamos.

Reiríamos cuando se fuera un ser querido.

Reiríamos cuando nos asustásemos.

Reiríamos cuando no nos entendiesen.

Reiríamos como ellos.

Sería un placer llorar...