lunes, 28 de septiembre de 2009

De griego

Quizás su nariz consiga oler mi miedo y mi inseguridad. Quizás a la noche sea capaz de vigilar mi sueño con su respiración profunda. Apoyada en su cuello respiro de su aliento. Las venas entonces se me inflaman a causa del veneno que penetra en cada recoveco de mi alma. Tanto que mis músculos se agarrotan y mi corazón llora la evidencia de hallarse completamente perdida bajo esa recta que le hace seguir locamente el camino que él pisa. Pero por la mañana esa misma nariz es la que se posa sobre su cuello como una dulce mariposa y le cosquillea con sus resoplidos mientras una voz le sonríe los buenos días.