lunes, 17 de septiembre de 2012

Creer en el destino




¿Es el destino un camino ya marcado? ¿O somos nosotros los que poco a poco vamos labrándolo? Estas preguntas son frecuentemente un motivo de discusión entre los seres humanos. Y créanme que no es fácil de resolver.

Bob Dylan dijo una vez “Con fuerza de voluntad se puede hacer cualquier cosa. Con fuerza de voluntad uno puede determinar su propio destino”. Esto lo he leído hoy. Pero ayer mismo leí un artículo en la revista Quo que hablaba de que la fuerza de la voluntad está ya predeterminada en cada persona. Una parte del cerebro genera unas neuronas que desarrollan el poder de autocontrol. Permitiendo a algunos tener más en cuenta los proyectos a largo plazo, mientras que otros se preocupan más de seguir los impulsos del momento. Algunos lo tienen más desarrollado que otros. Entonces ¿si no tengo mucha fuerza de voluntad, no conseguiré el destino que busco?

Cuando preguntas a un artista, a una persona ilustre (o casi a cualquier persona que haya conseguido algo importante en la vida) cómo ha llegado tan lejos, no es difícil de imaginar que ellos te respondan con palabras como las de Bob Dylan: fuerza de voluntad, tesón, constancia, sacrificio, lucha, motivación...Pero otros, sin embargo hablan de: suerte, oportunismo, momento justo, lo impredecible… ¿Cuáles son realmente los ingredientes para conseguir el destino que uno quiere? ¿El destino está aún sin franquear? ¿O es algo que nosotros no controlamos y está ya decidido antes incluso de que uno lo conozca?

La película de “Corre, Lola, corre” de Tom Tykwer, habla sobre este tema, incapaz de dejar a uno indiferente. Una chica: Lola. Un mismo objetivo/deseo/voluntad: salvar a su novio.  La película repite la misma escena tres veces, pero el final es completamente diferente en cada una de ellas. A causa de acontecimientos a primera vista triviales, el destino cambia radicalmente. En cuestión de segundos, tu vida puede dar un giro. Esta película te plantea esta disyuntiva de una manera muy ilustrativa ¿Quién decide mi destino?

Yo creo que hay un destino ya escrito para cada uno. Y sobretodo creo en el amor casi tanto como en la vida misma. Aquí más que en ningún otra cosa, se demuestra que por mucho que lo busques, muchas veces no está en tu mano que esa persona esperada aparezca.

Creo que existen personas destinadas a compartir su vida juntos. Y creo en las uniones inciertas del destino, que unen más que cualquier búsqueda premeditada.


Este fin de semana me reuní con mis amigos en Madrid para acudir a un festival de música. La fiesta estaba asegurada. Rencuentro con viejos amigos. A, llegado desde Barcelona, T, que vive en Madrid, sus amigos de Pamplona, mi hermana y yo, recién llegadas de Palencia.

El primer día el festival fue todo un éxito, pero desde luego el segundo supero al primero en lo que se refiere a asistencia. De las 15.000 del primer día, el segundo se juntaron 20.000 fanáticos de la música rock indie. No eras capaz de encontrar a nadie en 2 metros a la redonda dentro de ese campo de Rudby. Perderte de la gente era más que probable ¡seguro! Y la situación de dos personas perdidas, intentando localizar con el móvil a sus amigos en un mismo punto no es nada extraño.

En este caso, la extraviada era yo, y el otro perdido, un chico de Tarragona. De manera natural empezamos a comentar lo complicado que era encontrarse entre toda esa gente, comentamos el festival, los grupos por los que veníamos, saliendo así otros festivales, eventos y poco a poco introduciéndonos en una conversación de lo más entretenida. Él me ofreció su móvil para llamar a mi hermana y yo a él el mechero. Después de las presentaciones rutinarias y cruzar un par de frases más, ya con mi hermana presente, decidimos cada uno ir en busca de nuestra gente.

Yo me quedé pensando en lo simpático que me había parecido el chico y lo bien que había estado esa conversación trivial con un desconocido en medio de un festival, pero plantearme volverlo a ver entre toda esa marabunta era prácticamente imposible.

Sin embargo, el destino nos tenía una sorpresa guardada. Al día siguiente, a la una del mediodía con un sol cálido de domingo, me encontraba volviendo, con la misma ropa de ayer, de casa de mi amigo. Tenía en mi cabeza la típica sensación de que todos los domingueros que bajan de sus casas, descansados después de haber dormido, duchados, desayunados, bien vestidos…yendo a misa, a tomar el vermú o a por el pan, se percataban de mi decadente estado. Caminando por el norte de Madrid me encontraba bastante perdida y desorientada. Era una zona completamente desconocida para mí. Me disponía a encontrar el metro de Santiago Bernabéu, y tras 30 minutos andando, y perdiéndome unas cuantas veces, llegué a un paso de cebra donde se veía un metro. Era Nuevos Ministerios, pero bueno, daba igual, metro al fin y al cabo, ¡me venía de perlas! Cruzando el semáforo, un chico pasó delante de mí, ¿Qué? ¿Era el chico de ayer? La verdad es que no reconocía nada de su ropa, y apenas su cara, pero me adelanté a su paso y me giré. Efectivamente llevaba una pulsera del festival. Él me miro y los dos finalmente nos reconocidos.
Perplejos nos reímos de la situación. En un perímetro que únicamente abarcaba un campo de Rugby y unas 20.000 personas reunidas allí, buscar a la gente era como buscar una aguja en un pajar. Pero encontrar a esa persona que conociste ayer de casualidad en Madrid, la ciudad más grande y poblada del país, con 3 millones y medio de personas en un lugar como Nuevos Ministerios, ni siquiera céntrico, resulta simplemente un disparate del destino.

Los dos nos paramos a hablar perplejos. Nos miramos con los ojos como platos y casi con la boca abierta. Nos contamos un poco nuestras aventuras y desventuras de qué hacíamos allí y decidimos intercambiarnos los teléfonos. Yo le dije que no podía guardar su número porque me había quedado sin batería. Resultó que él tampoco tenía batería. De nuevo nos reímos. Perdidos a la misma hora el día de ayer y encontrarnos de esa manera al día siguiente, incomunicados de nuevo, era algo más que gracioso, increíble. “Cuando se lo cuente a mis amigos ni se lo van a creer”- Me dijo él. Decidimos darnos nuestros nombres y probar suerte en las redes sociales. Nos repetimos nuestro nombre y apellido unas cuantas veces intentando memorizarlo y nos despedimos.

Y por eso, este fin de semana me he sentido un poco Lola.

Ahora pienso lo mal que me sentía caminando hacia el metro pensando en lo tarde que era. Me había quedado vagueando en casa de T, cuando  en realidad, tenía que estar cuidando al gato de mis amigos, que me habían dejado a mi cargo. Me agobié cuando me perdí y cruce de acera dos veces para ir al metro. Pero ahora pienso que si hubiera salido antes o no me hubiera perdido, no lo habría encontrado.

La vida, está claro, la forjamos cada uno día a día. Pero, desde luego, lo bonito de ella, es que no somos capaces de controlarlo todo. Que a veces suceden cosas que son fuerza de un destino que nosotros no conocemos, que se nos escapa de las manos, y que pueden cambiar el rumbo de un día, un mes, un año, o puede que la de toda una vida.
Es lo bonito de vivir, que las cosas más hermosas y, también hay que decirlo, las más terribles, ocurren muchas veces cuando nosotros no lo esperamos, fuerza de un destino que nos permanece oculto.

 ¡Qué bonito es vivir!