domingo, 29 de noviembre de 2009

Objetos animados

Una gota cae en el fondo de una taza de paredes de cerámica. Una gota que se confunde entre el agua servida anoche. Pero esta gota es diferente, viene de arriba. Puede que haya caido del calefactor, Carlos se está duchando. O quizá de la tubería, acabo de fregar los platos. Aunque aún me queda la taza de cerámica.
Situada sobre la encimera, justo al lado del tostador y del trapo de cocina, parece mirarme melancólica recordándome la noche de ayer.
Llegamos a las seis de la mañana entre risas y trompicones. Nos quitamos la ropa y la tiramos al suelo sin preocuparnos por nada. Caí rendida en el sofá y cuando abrí los ojos Carlos me ofrecía un té caliente de la taza. Sabía a limón y a canela. Su boca estaba caliente. Él había bebido antes que yo. La taza se quedo sobre la mesilla del salón observando y enfriándose mientras nosotros íbamos por el camino inverso.
La luz que entraba por el balcón me despertó. Carlos estaba tirado en la alfombra y yo estaba tapada con la manta del cuarto, que imagino él trajo para taparme.
Cogí la taza de la mesilla y ya no daba el placer de anoche. El agua estaba tibia y el té muerto en el fondo formando nubes oscuras entre el agua amarillenta por la canela, o quizá por el limón.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Mundos de tiza

Pinto las paredes de mi cuarto con tiza de colores, que se borran cuando me apoyo y me arrastro hasta el suelo cada noche cuando llego a casa después de pasear por la ciudad de asfalto y edificios de hormigón.

Me dejo morir sentada en el suelo con mi espalda llena de colores suaves que describen formas abstractas que cuentan cómo en mi cabeza todo es difuso.

Las mariposas se mezclan con las flores violetas. Ya no sé si lo que huelo es pétalo o ala. La niña de la pared cierra los ojos y emborrona su nariz que, como yo, ya tampoco distingue los dulces olores. Sus labios rojizos cubren su cuello como si de una bufanda se tratase. Besan su cuello y descansan en sus hombros que mudan su desnudo por el olor a carmín. Sus piernas se debilitan y quedan absorbidas por el suelo inestable del jardín. Anclada en él, ya no parece saltar. Sus mocasines se han vuelto raíces. La regadera se oxida y se convierte en un charco verde cómo la hierba que riega, la cual se ha convertido en un lago de agua fangosa.

Trato de dale color a mis días con tonos vivos que se difuminan poco a poco con el paso de los días. Repaso las líneas muertas cada mañana para impregnarme de vida justo antes de dormir, cuando la noche lo tiñe todo de negro.

Mi espalda dibuja con mis sueños las sábanas que a la noche son pardas, por la mañana de colores y a la tarde blancas y puras, cómo un lienzo antes de ser sentido, antes de desvirgarlo.

lunes, 16 de noviembre de 2009

un sábado cualquiera

Rebota en mi cabeza el alcohol de ayer. Mi ropa ha impregnado mi cuarto de olor a miles de cigarros y a calor humano. Mis piernas resentidas por los bailes de ayer piden desde la cama el sofá del salón. Mi cabeza pide ducha. Mi estómago unos espaguetis con tomate. Y yo, yo simplemente pido que llegue esta noche ya para volver a salir y olvidarme de todo el día de mierda que voy a tener hoy.

jueves, 5 de noviembre de 2009

café a las 11

Sentados uno enfrente del otro, esperando dos cortados, charlan animada y concentradamente. Él la absorbe con la mirada mientras pega sorbitos a su café y la toca la pantorrilla con la mano, que se hace hueco entre la larga falda negra de estilo hippie. Ella habla continuamente y se alborota el pelo de vez en cuando, sin inmutarse ni un pelo cuando él le acaricia.

Continuamente la conversación es interrumpida por la alegre canción del móvil de ella, que saca del bolso verde de charol situado encima de la mesa. A él no parece molestarle ese entrometimiento de una tercera persona. Es más, la observa con aún más pasimonia y la comisura de sus labios se arquean ligeramente hacia arriba.

Aproximadamente ambos compartirán la edad de 70 años, pero sus actitudes son más de jóvenes de 25 años que recién acaban de introducirse en la vida de la "gente adulta".

Quién pudiera conservar esa mirada inocente! Quién puede después de haber vivido más de media vida conservar la ilusión y ganas de vivir... tiene un tesoro que nadie puede robar, tan sólo ser deseado.

lunes, 28 de septiembre de 2009

De griego

Quizás su nariz consiga oler mi miedo y mi inseguridad. Quizás a la noche sea capaz de vigilar mi sueño con su respiración profunda. Apoyada en su cuello respiro de su aliento. Las venas entonces se me inflaman a causa del veneno que penetra en cada recoveco de mi alma. Tanto que mis músculos se agarrotan y mi corazón llora la evidencia de hallarse completamente perdida bajo esa recta que le hace seguir locamente el camino que él pisa. Pero por la mañana esa misma nariz es la que se posa sobre su cuello como una dulce mariposa y le cosquillea con sus resoplidos mientras una voz le sonríe los buenos días.

miércoles, 15 de julio de 2009

sí se puede soñar despierta

Cinco veces apaga el despertador hasta que consigue levantarse. Anoche el sueño no le entraba .
Son las 5:00 am. Se destapa y se viste. Sale de casa y da una vuelta a la llave, se la mete en el bolsillo interior de la mochila. Desciende en el ascensor desde el 6º hasta la 1º planta. Sale del portal y camina sin chocar con nadie, esquivando caras que se cruzan con su nuca. Mira hacia atrás mientras se acerca y se vuelve hacia delante mientras le tira de la mano. Se encuentra al instante abrazada a él, que le susurra: " Son las 4:00 am, es tarde, hasta mañana princesa". Y juntos se van a un bar con cielo acristalado y sillas de acero. Llenan vasos de ron. Salen del lugar . Él sonrie y ella le pregunta: ¿una copa? Él responde: "Es tarde, son las 9:00 pm, mañana madrugas, aunque yo no". Y ella le dice: Estoy llena de arena y sepo a sal. Él mordisquea la oreja y se quitan la ropa. Se duermen uno al lado del otro, toalla con toalla, con el ruído del mar y de los niños de fondo. Se despiertan. Él se viste, le saluda y se va mientras le mira sonriendo.
Son las 8:00 am, no ha dormido, pero irá a trabajar. Ahora lo ve en el cruce de la calle Verdi con Travessera de Dalt. Y saborea sus labios que hoy sabrán a frutas del bosque.

miércoles, 3 de junio de 2009

Nostalgia

Llora con la música porque no sabe llorar con las personas. Baila en su cuarto porque ella no sabe moverse en los bares. Fuma con la misma clase porque no sabe hacerlo de otra manera.

Cuando está sola en casa revolotea con Yann Tiersen mirándose en los espejos y ventanas. Se asoma al balcón con poca ropa y hace gestos al vecino de enfrente. Se ríe viéndolos mirar y torcer la cabeza mientras ella les sonrío y da vueltas con las palmas abiertas. Luego se vuelve a mirar en el espejo, de cerca, callada, sin sonreir, y sus ojos comienzan a llenarse de lágrimas. 

Se tumba boca arriba en la cama. Se abrazaría a él si estuviera, y no diría nada. Sólo lloraría contra su pecho. Llora cuando está él porque no le da vergüenza. Llora, porque no sabe hacer otra cosa. Pero cuando le pregunta, ella dice “nada”,  de nada. Pero está sola.

Salta de la cama, coge las llaves y sale de casa. Camina sin rumbo, pero siempre va al mismo sitio. La gente no le mira. Ella sigue bailando por dentro. Le llaman por teléfono, y no responde. Vuelve a cerrar los ojos y le ve irse de nuevo. Vuelven a llamar y responde: ¿Sí? No, no me pasa nada.

 Las muñecas de porcelana no se deberían enamorarse de los duendes.

Por qué llorar si se puede reír

Lloran los bebés al nacer. Y desde entonces nosotros no paramos de imitarlos.

Lloramos  cuando nos caemos.

Lloramos cuando no tenemos lo que queremos.

Lloramos cuando se va un ser querido.

Lloramos cuando nos asustan.

Lloramos cuando no nos entienden.

Lloramos como ellos.

¿Por qué no sabemos nacen riendo? Todo sería más fácil

Reiríamos cuando nos cayeramos.

Reiríamos cuando no tuviéramos lo que querríamos.

Reiríamos cuando se fuera un ser querido.

Reiríamos cuando nos asustásemos.

Reiríamos cuando no nos entendiesen.

Reiríamos como ellos.

Sería un placer llorar...


miércoles, 25 de febrero de 2009

Lava volcánica

Tirada en sofá alarga el brazo para alcanzar el paquete de tabaco que se encuentra entre platos sucios y servilletas usadas. Eleva un poco la espalda apoyando sus codos contra los almohadones y se saca el mechero del bolsillo izquierdo del pantalón.

Da un par de caladas al cigarrillo intensas, al expulsar el veneno mira el techo y alcanza a ver como el humo se entrecruza formando ondas que le relajan.

La ceniza ya resbala del cigarro y de nuevo alarga su pesado brazo para coger el cenicero. Instintivamente su brazo se vuelve plumífero y lo aparta rápidamente saltando del sofá con el corazón a punto de salírsele por la boca. El cenicero de barro está ardiendo. Es lo que se temía, el volcán está empezando a calentar y dentro de poco explotará. Desde las inmensidades de la Tierra un volcán despierta y sopla un turbio calor signo de erupción.

Ahora tan sólo sabe que va a suceder. Pero se tumba de nuevo en el sofá para ver bailar al humo y cuando tira la ceniza procura no tocar en recipiente.

Pasan los días y el cenicero sigue su curso, sigue ardiente, cada vez más. El día que en el que empezó a sacar humo ella ya se lo temía. Volvía de la calle de hacer los recados típicos de cada día. Comprar crema de manos, rotuladores de colores y un par de cosas en el supermercado.

El humo comienza a ensuciar la habitación, ahora casi no se distinguen las ondas del humo, todo es gris. Abre las ventanas y comienza lo inevitable. Tiene que salir de allí. Pero se lo toma con calma, sabe que aunque el volcán pronto erupcionará, tiene tiempo de recoger todo lo que pueda en proporción a las maletas de las que dispone.

Es curioso que lo primero que escoge entre todas las cosas son sus libros que le harán ser una grandiosa diseñadora en el futuro, y sus estrafalarias botas que le hacen crecer mucho.

El calor comienza a dejar de ser calor y comienza a ser fuego. Una pequeña llama va abriendo un boquete en la mesa donde el cenicero aún reside y el cigarro se hace puro, y el puro, fuente.

Sale de casa pensando relajada y sin preocupación alguna en lo que hará mañana, arrastrando la maleta y dejando atrás una casa ya llena de lava volcánica, y un humo que sale por el tejado que se ve a kilómetros de distancia.

Este ha sido mi sueño nocturno

martes, 24 de febrero de 2009

6:00 am

Los calcetines hasta arriba. La goma le marca los gemelos, le corta la sangre, pero irán cediendo. A medida que avance por la ciudadela y se aleje de la presión que escondía ese cuarto destartalado lleno de recuerdos y calcetines usados debajo de la cama.
Coge aire y corre, no acaba de saber a qué velocidad, solo sabe que los árboles cada vez se mueven más rápido a su lado, estáticos pero con continuos balanceos. Las hojas se tornan para saludarle. O igual solo saludan al viento, pero ella se interpone en su acariciar mutuo. Sonríe mientras les ve hacerse carantoñas.
Pierde la noción del tiempo y el espacio. Recuerda que dejó el reloj sobre el lavabo del baño y ha olvidado cuál es ese parque que le rodea. Sí, antes había estado en ese lugar. La presión que sentía en su cuarto le vuelve a oprimir el corazón. Creyó dejar encerrados los recuerdos en el saco de la ropa sucia, junto con las sábanas sobadas que olían todavía a aquella noche maravillosa.
El banco de piedra y la mesa con restos de picnic parecen deprimidos. Tan sólo unos restos de pan y una corriente de hormigas recorren sus grietas. Pero gritan, gritan tanto que ella cierra los ojos con fuerza y se tapa las orejas con las dos manos. Sus piernas ya descontroladas no corren, huyen. Y sus calcetines ya se han despegado de su piel para acariciar sus tobillos con suavidad, como él lo hacía.

Despertares salados

Ardiente sueño en sucio que se aclara en la oscuridad de la noche. Los pasos marcan el comienzo de un principio sin final. Me mira y le miro, en silencio, siempre en silencio. Estamos solos.
Se acerca despacio con media sonrisa dibujada en su boca y sus ojos redondos sonríen aún más.
Sus labios mojados comienzan a resbalar sobre los míos. Acompasando nuestras lenguas que bailan en territorio desconocido el beso nunca ensayado y siempre perfecto. La danza clásica suena en nuestras bocas para convertirse en una tribu africana violenta que se mueven al son de los tambores. Dobles latidos que rebotan en nuestros pechos pegados.
Me eleva los brazos con sus delicadas manos de pintor para que difumine el cielo. Asciende la descuidada blusa que se despide en la cúspide de mis largos dedos formando el arco iris definitivo.
Ahora su jersey granate rodea la pata de la cama. Y sus negros tejanos se estiran el suelo haciendo el spagatt, sellados por las gastadas suelas de los zapatos que reposan sobre los bajos.
Mi pelo revuelto se estremece entre los rasgos de su cara. Dulces ojos que relucen a través de mis mechones y se cruzan con los míos, mientras yo intento no pestañear para no desaparecer.
Sus manos se deslizan sobre mi cuerpo como las olas acarician las rocas de la costa, que asoman de entre la espuma para sentir el huracanado vaivén.
Rodeo su cintura con mis piernas que le atrapan como presa entre barrotes de algodón de la encarcelaria cama de la que no saldríamos nunca.
Meciendo su torso termina tumbado con mis brazos alrededor de su cuello.
Movimientos rítmicos y acompasados miden los segundos que pasan. Tiempo tierno para recordar semejando así el infinito.
El aire desciende por mi nariz. Sale en un grito desesperado como si mis pulmones fueran aplastados. Aunque el peso más que pesado, es pluma. Aquella que cae delicadamente de la revoloteadota gaviota que extiende sus alas sobre mis senos.
Peino sus cejas negras, cierro sus grandes ojos, recorro su afilada nariz hasta alinear sus dientes con la punta del índice. Y se duerme.