martes, 24 de febrero de 2009

6:00 am

Los calcetines hasta arriba. La goma le marca los gemelos, le corta la sangre, pero irán cediendo. A medida que avance por la ciudadela y se aleje de la presión que escondía ese cuarto destartalado lleno de recuerdos y calcetines usados debajo de la cama.
Coge aire y corre, no acaba de saber a qué velocidad, solo sabe que los árboles cada vez se mueven más rápido a su lado, estáticos pero con continuos balanceos. Las hojas se tornan para saludarle. O igual solo saludan al viento, pero ella se interpone en su acariciar mutuo. Sonríe mientras les ve hacerse carantoñas.
Pierde la noción del tiempo y el espacio. Recuerda que dejó el reloj sobre el lavabo del baño y ha olvidado cuál es ese parque que le rodea. Sí, antes había estado en ese lugar. La presión que sentía en su cuarto le vuelve a oprimir el corazón. Creyó dejar encerrados los recuerdos en el saco de la ropa sucia, junto con las sábanas sobadas que olían todavía a aquella noche maravillosa.
El banco de piedra y la mesa con restos de picnic parecen deprimidos. Tan sólo unos restos de pan y una corriente de hormigas recorren sus grietas. Pero gritan, gritan tanto que ella cierra los ojos con fuerza y se tapa las orejas con las dos manos. Sus piernas ya descontroladas no corren, huyen. Y sus calcetines ya se han despegado de su piel para acariciar sus tobillos con suavidad, como él lo hacía.

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